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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
domingo, septiembre 02, 2018
 

SOBRE MI MADRE Y COLOMBIA

Por Andrés Rosales U.



Hace poco, hurgando con mi padre entre los viejos papeles y fotografías que archiva en su biblioteca, dimos con una nota necrológica de su autoría. Se publicó en el diario de la ciudad,  para invitar a la misa por el alma de mi madre al cumplirse un año de su muerte.

En medio de un clima de violencia e inseguridad desbordadas, un día del mes de marzo de 1998, mi hermano Carlos, un joven de apenas 31 años,  fue  asesinado en una calle de Bogotá.

La temprana partida de Carlos y la forma en que murió fueron también la sentencia de muerte de mi madre, que sobrevivió a ese acontecimiento   unos 18 meses. Para esas fechas  había transcurrido tan solo un año largo del gobierno del presidente de entonces.  

Andrés Pastrana había subido a la presidencia ofreciendo una paz claudicante. Una foto en el monte, junto al  funesto guerrillero “Tirofijo”  prometiendo una paz dialogada,  fue un factor muy importante para su victoria, esto porque, la guerrilla, envalentonada, tenía literalmente sitiado al país. La población, atemorizada y sintiéndose  abandonada a su suerte por un  estado vacilante y errático, votó asustada. Después, Pastrana ya como presidente, acorralado por su propia  incompetencia, en un acto desesperado despejó  la población de San Vicente del Caguán y sus zonas aledañas, unos 40.000 kilómetros cuadrados. Abandonó a su suerte una extensión equivalente a la de Suiza o  los Países Bajos, con el pretexto de dialogar con la guerrilla. Este curioso experimento, forzado por la cobardía y la impotencia, desembocó en un  desastre sin precedentes. 

Sentenciaba  Churchill que el que se humilla para evitar la guerra, se queda con  la humillación y la guerra, y el asunto del Caguán fue la prueba irrefutable de ello. La situación había tocado fondo. El resultado era el de un país fuera de control, sumido en el desorden y el caos después de años de erráticas desiciones del estado y su dirigencia política, que evadía las consecuencias de contener a la guerrilla por la fuerza camuflando su talante pusilánime en inútiles intentonas de arreglos dialogados.

Como por ensalmo, en 2.001 surgió, con el 1% de intención de voto a la presidencia, Álvaro Uribe Vélez, en ese momento ex gobernador del Departamento de Antioquia. Su popularidad a nivel nacional en ese entonces era baja. Su nombre, sin embargo,   venía adquiriendo creciente relevancia por los resultados de su gestión como gobernador.

Como candidato a la presidencia en 2002 cautivó a la mayoría del electorado con una propuesta sencilla y diáfana, que recordaba lo que por años pregonó sin éxito el dirigente conservador Alvaro Gomez Hurtado: “La autoridad legítima del Estado protege a los ciudadanos y disuade a los violentos. Es la garantía de la seguridad ciudadana durante el conflicto y después de alcanzar la paz”.

El primer acto de Álvaro Uribe Vélez como presidente fue viajar la madrugada el 8 de agosto a la zona de Valledupar,   para ocuparse personalmente de lanzar su programa de protección y seguridad en las carreteras,  una iniciativa que combinaba la actividad  de las Fuerzas Armadas con la  de  una red de informantes de la población civil.

Los resultados de la firme imposición de la autoridad del estado mediante el legitimo uso de la fuerza armada fueron sencillamente arrolladores. Cuatro años después el país se había trasformado en todos sus ordenes y Uribe fue reelecto en primera vuelta. Al final de su segundo gobierno, la guerrilla ostensiblemente menguada  había perdido a la mayoría de los miembros del que llamaban “secretariado”,  su cúpula de mando, y quedado reducida a su más mínima expresión. 

Paradójicamente fue el mismo Uribe el que, obnubilado  por quién sabe qué hado maligno, sin querer sembró el germen de la destrucción de su gran obra de gobierno. Al final de su segundo mandato, de todos era sabido que el país atendería al guiño de Uribe para elegir presidente. Para infortunio nuestro, Uribe se decantó por Juan Manuel Santos, el más nefasto dirigente político de Colombia en toda su historia.

Lo sucedido en los últimos ocho años puede resumirse en pocas palabras: en muchos aspectos el país está retrocediendo a los oscuros años de finales del siglo 20, inexplicablemente se rindió en una guerra que ganaba sobradamente,  y el clima de violencia, extorsiones  e inseguridad amenaza con llevarlo rápidamente al estado de postración de las postrimerías del gobierno de Andrés Pastrana.

Sin duda alguna, el orden fue la clave  extraviada del pueblo colombiano hasta la llegada de Álvaro Uribe. Ahora, las repúblicas independientes del crimen y el llanto por los muertos de la salvaje violencia que vivía el país por causa de la guerrilla antes de 2002 han resurgido con  fuerza. La razón es clara: el orden otra vez perdido por  la debilidad del estado. El país nuevamente pide a gritos el restablecimiento del orden, que solo el Estado puede imponer con autoridad.   

Por fortuna Uribe se mantiene en pie y dispuesto a seguir luchando. Con una tozudez  y obstinación  nunca vistas en un gobernante colombiano, su preocupación genuina por los problemas del país lo ha llevado a renunciar al dorado retiro de un expresidente y, tal como hace 16 años, se ha obsesionado por  enderezar  el rumbo del país, ahora intentando perpetuar  su obra en el candidato Ivan Duque.

La bella y conmovedora nota a la que me referí al principio finaliza así: “En homenaje a su memoria,  hacemos nuestros los versos finales del poema de Wilde  ante la tumba de Keats: “…nuestras lágrimas conservarán verde tu recuerdo y lo harán florecer como albahaca”.

Reguemos lagrimas por nuestros muertos porque murieron de viejos. Como hace 16 años, en nuestras manos está la solución.


Mayo 13 de 2018

 

NO SE PERDERÍA MUCHO

Por Andrés Rosales U.


Difícil olvidar el largo silencio de las Farc en  tiempos del gobierno de Álvaro Uribe. Unos arrinconados por los  bombardeos de la fuerza aérea, otros escondidos  en Venezuela, adonde salieron despavoridos, huyendo de  Uribe con el rabo entre las piernas.  Sin embargo, desde el inicio de la vorágine de equivocaciones y despropósitos  que terminó en un acuerdo de paz, venimos padeciendo escenas que habían quedado en el olvido. Como la de un criminal de lesa humanidad profiriendo amenazas  ante los medios de comunicación. “El proceso de paz está en peligro de precipitarse hacia el abismo del fracaso”, advirtió solemne y  altivo  el guerrillero Iván Márquez hace unos días en una nutrida rueda de prensa, atribuyendo esa posibilidad a que Jesús Santrich no quede en libertad o muera de hambre.

El ultimátum de Márquez por supuesto que  no iba dirigida al pueblo, sino al presidente de la república. Porque a estas alturas es al único al que podría intimidar así, porque cumplir la amenaza formalizaría el fracaso del acuerdo de paz, que absorbió todas las energías del gobierno por 8 años. Para la mayoría de los demás, la huida de Márquez al monte, viéndolo bien,   sería  una buena noticia, porque reviviría la ilusión de un ajuste de cuentas. Sería  acariciar nuevamente el sueño de verlo abatido por un ataque de la fuerza aérea. Como la ilusión de los judíos con los juicios  de Nuremberg, o la de los kurdos,  víctimas de Saddam Husseim,  viéndolo ascender  al  patíbulo. 

En cuanto a la huelga de Santrich, su muerte por inanición  sería  un suicidio en toda la regla, uno más de los cientos que ocurren a diario en el mundo.

Con Santrich muerto de hambre o huido, Márquez vuelto guerrillero cimarrón y el acuerdo trunco, la verdad  no se perdería mucho, porque ese batiburrillo impracticable de 300 paginas que es el acuerdo ha resultado, como ya se sabía,  un verdadero fiasco: como todo lo de Santos, fraguado en la trampa y la mentira,  pero de una pésima factura final.  Al contrario, comenzaría a desenredarse el  galimatías jurídico craneado por los adláteres del gobierno en el congreso  para implementar lo imposible  torciéndole el pescuezo al estado de derecho. 

Al caos jurídico al servicio del acuerdo hay que agregarle el debilitamiento general del estado para idénticos fines.  Una debilidad artificialmente provocada por Santos para mantener viva a la niña de sus ojos, porque Santos, que es un pérfido, tiene un defecto peor, el de la vanidad, que supera con creces su perfidia. Y las Farc  tienen  medida  su vanidad desde hace mucho. La vanidad que no lo dejaba disimular  el frenesí por firmar el acuerdo a como diera lugar, y que condujo  en Cuba a la humillación del  estado colombiano, reducidos sus delegados al triste papel de amanuenses de las Farc. Y es  por eso mismo que ahora  extorsionan a Santos amenazándolo con  desbarrancar el acuerdo de paz.

Débil con las Farc por la necesidad imperiosa de la preservación del acuerdo, con el resto de criminales, Santos, sin una motivación diferente a la dejadez y a  su mediocridad como gobernante, se muestra simplemente indiferente y cuando ocasionalmente decide disimularlo vuelve a ser blandengue. Otra vez el estado arrinconado e indulgente, como en aquellos tiempos difíciles del intervalo entre los gobiernos de Turbay Ayala y Uribe, ambos exclusive. 

Pues bien, los frutos se esa blandenguería idiota ya empiezan a cosecharse: violencia por doquier,  como la del ELN, resucitado por  Santos para tener con quien firmar otra paz, o la del  tal Guacho, haciendo de las suyas en el sur, donde retiene tres cadáveres. Esas perturbaciones, un problema insoluble en tiempos de Samper y de Pastrana, que dejaron de  serlo con Uribe y que vuelven a serlo con Santos, hoy se resolverían con unas cuantas toneladas de bombas lanzadas desde el aire, pero eso no va a pasar. No va a pasar, porque es regla de oro del decálogo del buen mamerto que el uso de las armas se reserve exclusivamente a los enemigos del Estado, que, mansamente, debe plegarse en espera de que le concedan un arreglo por las buenas. 

De ese tamaño están las cosas en este país, al que le viene como anillo al dedo esta frase, no  preciso pronunciada por quién: “La justicia sin fuerza y la fuerza sin justicia son las peores desgracias de un pueblo”. Ya el pueblo lo sabe, porque no olvida como fue rescatado el país, cautivo de la guerrilla, entre 2002 y 2010.

Mayo 20 de 2018

 

LEER ANTES DE VOTAR 

Por Andrés Rosales


Humberto De la Calle es el detritus del gobierno del nefasto Juan Manuel Santos. Llegó a la candidatura cabalgando sobre el  famélico caballo del acuerdo de paz del que fue artífice. Chamuscado por Santos, después de escribir una de las páginas más oscuras de Colombia en toda su historia, se merece  el lánguido  final que ha tenido como candidato y como político. La compañía  de la lamentable Clara López aumenta el desgano de los electores  hacia esa candidatura.

Germán Vargas Lleras, también chamuscado irremisiblemente por Santos, todo lo  calculó mal. Jamás previó que el gobierno actual, que integró hasta hace poco,   pudiera llegar a ser tan funesto  y que Santos levantaría tanto repudio e indignación. El plan Vargas Lleras de migrar de las mieles del gobierno a la brega de una candidatura presidencial cabalgando sobre sus  ejecutorias con el presupuesto estatal fue un fracaso rotundo: 7 años en el gobierno usufructuando toda la maquinaria y el presupuesto estatal para hacerse visible y entregar obras a lo largo del país, entre ellas casa gratis a los pobres,  no le sirvió para superar  ni el 10% de la intención de voto. Esto, un imposible en condiciones normales, solo se explica por la estela destructiva del gobierno de Santos. Vargas Lleras además reaccionó tarde puesto que, percatado del desastroso gobierno del que hacía parte, no se retiró de él  a tiempo, esto es, como tarde  en  vísperas del plebiscito, cuando Santos se aprestaba a escenificar el circo de  la firma del acuerdo de paz en Cartagena, aquel día en que, por cierto, siempre vanidoso y preocupado por las formas, se cambió de guayabera tres veces.

Fajardo, un político de provincia ex alcalde y ex gobernador, con todo lo que ello implica en la práctica política, saltó a la palestra nacional como candidato presidencial convertido de la noche a la mañana en una especie de Jesucristo antioqueño dispuesto a poner la otra mejilla. Dando por sentado que los demás somos idiotas, pretende su elección  con ese solo argumento. Adicionalmente se hace acompañar de Claudia Lopez, cuyo desagradable aspecto físico se transmite a sus ideas y a su forma de expresarse, igualmente desagradables. Contrariamente a su pareja, Fajardo evita opinar para no comprometerse. Adicionalmente ha demostrado su ignorancia en varios temas que se supone debería dominar como aspirante a la presidencia. Ni de las exigencias de los maestros en una reciente huelga estaba enterado,  él, que se promociona como el candidato profesor. Después, en un show a cargo de un  patético payaso televisivo, el profesor de aritmética Fajardo fue  incapaz de resolver un problema matemático relativamente simple.

Gustavo Petro, como todo izquierdista pretende navegar en las aguas mansas de la ignorancia del pueblo y se ha dedicado a lo que todos los izquierdistas: aprovecharse del hambre del pueblo, que desesperado no es capaz de discernir entre lo posible y lo imposible. Su programa  como candidato esta repleto de propuestas de   imposible cumplimiento, y las posibles tienen el inconveniente de que ejecutarlas  sería ruinoso, sobre todo en el ámbito económico, campo en que los izquierdistas zozobran más crudamente. El título de su programa económico  es “Hacia una economía productiva”. Filantropía pura,  que en materia económica es garantía de un estruendoso fracaso. Enumera minuciosamente todo aquello que pretende ejecutar y que convertiría a Colombia seguramente en la Suiza de Suramérica. Sin embargo, omite algo fundamental al no revelar cómo logrará toda esa fecundidad  que hará correr ríos de leche y miel. Así, solo se limita a conjugar  en futuro todos los verbos en forma impersonal: se fortalecerán, se reindustrializará, se diversificará, se renegociará, se defenderá, se incentivará, se impulsará… La expresión “hay que” inunda el programa de gobierno de este soñador algo idiota, que asegura atesorar la fórmula para convertir al país en un  paraíso terrenal en el que, por ejemplo, los recursos naturales milagrosamente volverán  al estado de los tiempos del descubrimiento de América.

Latinoamérica, que ha legado al mundo el manual de instrucciones de cómo  fracasar como estado y como sociedad, en este sentido alcanzó su culmen con el caso Venezuela. Por esa sola razón, Petro no debería pasar de ser el candidato de izquierda sin opciones que nunca debe faltar en unas elecciones. Sin embargo, sorpresivamente ocupa en las encuestas el segundo lugar.


Iván Duque debe imponerse cómodamente en la primera vuelta, y más adelante en segunda vuelta, ser elegido presidente.

Mayo 27 de 2018

 

La mancha

Por  Andrés Rosales


Creo que hace unos seis  meses muy pocos daban un peso por la candidatura de Iván Duque. Apenas llegaba a un 7 u 8 por ciento en las encuestas. Luego ascendió muy rápido cuando fue postulado por su partido a una consulta interpartidista.

Acaba de imponerse contundentemente en la primera vuelta presidencial. En unas elecciones que probaron nuevamente el repudio del colombiano hacia  lo que se conoce como vieja política. Por eso, el partido liberal quedó reducido a su más mínima expresión con una votación afrentosa, y Vargas Lleras, no obstante su disfraz de candidato independiente postulado por firmas,  fracasó estruendosamente

El secreto de Iván Duque es muy sencillo. No hay detrás de su éxito maquinarias políticas ni caciques electorales. Es apadrinado por Álvaro Uribe, el político más popular de Colombia en toda su historia; es un candidato sin pasado político, sin trapos sucios que la oposición pueda enrostrarle, y es un tipo preparado e inteligente que  ha demostrado una habilidad pasmosa para responder en debates y entrevistas. Por cierto, sobretodo esta  última virtud le ha servido para tapar la boca de los opositores que lo critican por su falta de experiencia y juventud.

A eso le debe su éxito electoral. Sin embargo, todo ese buen suceso de la candidatura de Duque viene ensombreciéndose, sin necesidad alguna, a partir de una  lluvia de adhesiones indeseables que  súbita pero predeciblemente  ocurrieron la semana pasada  a través de comunicados llenos de incoherencias políticas.

Se trata de toda la corruptela de liberales y conservadores, camarillas de políticos, manzanillos de toda laya que tienen a la administración pública postrada y repartida por feudos que les son adjudicados según las votaciones obtenidas. Los mismos que han convertido a Colombia en un estado fallido sin salud, sin educación y sin justicia, es decir, sin los requisitos mínimos  de toda sociedad civilizada. Esa caterva se ha abalanzado ahora  hacia la campaña de Iván Duque para disputarse como aves de rapiña un rincón en el escenario del  que  se vislumbra como un triunfo aplastante sobre el izquierdista Gustavo Petro, que, por cierto, de esta manera volvería a lo que mejor sabe hacer: la oposición.

Me recuerda todo esto los tiempos de las elecciones legislativas  del año 2006, en que fue reelegido Uribe, cuando su prestigio político estaba en la cúspide. No necesitó Uribe apoyo de congresistas y candidatos al congreso. Por el contrario, eran  estos los que mendigaban una fotografía con él para su afiche de campaña.

Hogaño el espectáculo podría ser el sumun  de la abyección: los partidos actualmente  aliados al gobierno anuncian, sin esperar si quiera que este último culmine, su apoyo a Duque, el candidato que más acérrimamente se opone al gobierno. Más descarada que la adhesión, sin embargo,  es la forma como,  sin el menor asomo de vergüenza, encuentran la forma de justificarla. Son los de siempre.  El partido conservador: un cadáver mendicante de puestos que solo gracias  estos ha evitado su sepultura definitiva. El partido liberal: otro cadáver que exhala sus últimos estertores y lucha por no desaparecer definitivamente  adosándose a quien está en las antípodas de su ideología. Falta poco para el apoyo de Cambio Radical, que se ha tomado un poco más de tiempo para elaborar con más cuidado la pantomima, pero en todo caso  se trata de un partido de  tan nefasta catadura que hasta su artífice, Germán Vargas Lleras, negó pertenecer a él en las pasadas elecciones presidenciales para evitar que enlodara aun más su ya maltrecha imagen por cuenta del gobierno Santos.

Son ellos los que, junto al Partido de la U, se autodenominan la Unidad Nacional, coalición que viene amamantando del gobierno de Santos todo el presupuesto que este reparte a diestra y siniestra  para sacar adelante sus iniciativas legislativas.

A Álvaro Uribe  su solo prestigio le ha valido  para ganar desde 2002 todas las elecciones presidenciales, más un plebiscito (incluyo la segunda vuelta de 2014, arrebatada a través de compra de votos organizada especialmente desde el departamento de Córdoba). Por ello, a Iván Duque bastará con  decirle, a propósito de las adhesiones de marras,  que no es suficiente con declarar que no hay compromisos con nadie ni pactos burocráticos, porque esos simpatizantes de nuevo cuño son  un estorbo. No solo desprestigian y manchan un gobierno apenas en cierne, sino que restan miles de votos.


Bastaría entonces de Duque un comunicado de pocas lineas en el que manifestara lo que muchos quisiéramos escucharle: que rechaza de plano los apoyos de los integrantes de la Unidad Nacional. 

Junio 3 de 2018


 

LA TRANSFORMACIÓN 

Por Andrés Rosales U.


“Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Con estas palabras el judío Franz Kafka abre La Metamorfosis , también traducida con el título de La Transformación,  relato sobre la historia de un viajante de comercio que una mañana lluviosa despierta a las 6 y 30  de la mañana convertido en un escarabajo pelotero.

Algo semejante pareció sucederle al candidato Gustavo Petro la mañana del 28 de mayo de 2018.

Desde hace meses gritaba a los cuatro vientos  su intención de poner en práctica como presidente  el socialismo  que ha venido cultivando por años. Venía haciendo suyas  ideas de la izquierda más radical de latinoamerica, amenazando al estilo  de  Fidel Castro y  Hugo Chávez, hasta que  la mañana del 28 de mayo despertó convertido en un político sospechosamente distinto. Retractado, corriéndose hacia el  centro o al blando “centro izquierda”, citando a Rafael Uribe Uribe, a López Pumarejo y su Revolución en Marcha, y a Jorge Eliecer Gaitan. Incluso permeado de algunas ideas de derecha, para lo cual cita ahora  sin el menor rubor  a Álvaro Gómez Hurtado y su acuerdo sobre lo fundamental. En fin, un político desesperado. Y hay políticos desesperados capaces de poner en venta a  su propia madre…

Del socialismo uno diría que,  dados  los innumerables ejemplos de su  fracaso en un siglo, no debería quedar sobre la faz de la tierra un solo ser humano que estando en sus cabales  pretendiera implantar semejante disparate. 

De todos los ejemplos, uno en particular es el más dramático. Es el de  las dos Alemanias antes de la caída del muro. Recuerdo que hace unos años alguien con muy buen tino resumió el  contraste entre ambas con una imagen. Era una fotografía  en la que aparecían  pareados un BMW y un lamentable Trabant, el pequeño automóvil al que tenían acceso los habitantes de la Alemania Democrática. 

Ante  la tozudez de los hechos, gran cantidad de izquierdistas radicales recapacitaron y hoy se les ve totalmente asimilados por el capitalismo gozando  de sus mieles, de saco y corbata,  en confortables y costosos  apartamentos provistos de todas las comodidades. Seguramente renegando de su pasado y del tiempo desperdiciado. Otros, como Petro,  perseveran en  imponer contra la fuerza de la razón y  las pruebas de la experiencia que es posible erradicar la pobreza en un mundo desprovisto de desigualdades. 

Si  bien es cierto que el capitalismo no terminará con  la pobreza en el mundo, también lo es   que el socialismo  no solo no resuelve el problema, sino que, sin excepción alguna, lo  agrava en grado superlativo.

En realidad, Petro es una amenaza aun remota. Se lo debemos en parte  al caso venezolano, dada su cercanía geográfica y temporal. En menor medida al cubano, pues  Cuba  se volvió  una costumbre de 50 años, que por lo tanto ya no conmueve. Opacada por Venezuela, el drama diario de sus gentes no transmite el pavor  de antes. Su estado de postración ya no es noticia. Más curiosidad despierta actualmente ser una especie de  museo al aire libre de la Cuba prerevolucionaria. El cataclismo de Venezuela, en cambio, está a la orden del día con todo su exacerbado dramatismo. Ese pavoroso fantasma al menos ha servido para que muchos incautos de aquí no muerdan el anzuelo del socialismo humano de Petro.

Petro insiste tercamente en su  ideología contra natura y antes de su reciente metamorfosis anticipó con  rara sinceridad y poco cálculo algunos de los zarpazos que planea dar a  la institucionalidad: expropiar plantaciones azucareras, convocatoria de una asamblea constituyente, supresión de la industria de hidrocarburos por nociva para el medio ambiente…También habló de la creación masiva de puestos de trabajo a partir del cultivo del aguacate, idea que ha trascendido tomando la forma de lo que desde el principio pareció ser: un chiste. Ha sido una ventaja con Petro no tener que desenmascararlo, porque una excesiva confianza en sí mismo ha  facilitado conocer sus verdaderas intenciones. 

Lo cierto es que por experiencias ajenas  ya sabemos en lo que terminaría   su canto de sirena si resultara elegido. Contrariamente a lo sucedido en el célebre relato de Kafka, que finalmente hace morir al escarabajo Gregor, lo de Petro terminaría en una reversión de la metamorfosis del mes de mayo.

Afortunadamente Petro es la demostración de  que lo único bueno  del socialismo es ser el peor enemigo de sí mismo. Ojalá no sean las elecciones del 17 de junio una excepción a la regla.

Junio 10 de 2018




 

Recuerdo futbolero de 1986

Por Andrés Rosales U.


Por estos días en que se disputa el Mundial de Rusia, he recordado la única vez que vi jugar a Diego Armando Maradona,  cuando  se inauguró un estadio en mi ciudad.

Fue en 1986. Como diría García Marquez, época irreal en la que todo  el mundo tenía veinte años. Era yo adolescente y en el mes de mayo de ese año se inauguró el Estadio Metropolitano. Un estadio para 75.000 personas, una monstruosidad para la pequeña Barranquilla de entonces. Para celebrar la inauguración, se jugó  un torneo entre el equipo local, el Junior de Barranquilla, y tres  selecciones que habían clasificado al Mundial de Méjico 1986: Argentina, Uruguay  y Dinamarca.

Vinieron Maradona y toda la patota con la que Argentina fue campeón mundial dos meses después en Méjico. Vino Francescoli, y  los daneses, célebres en ese mundial por golear a la selección uruguaya.

Por unos 50 años había prestado sus servicios a la ciudad un pequeño estadio, el Romelio Martínez, que no llegaba a albergar  30.000 espectadores. Precario en todo sentido, era sin embargo, dadas sus peculiaridades,  un fortín casi  inexpugnable del equipo Junior. Los aficionados se agolpaban en las gradas sentados y de pie a pocos metros del campo, separado de  las tribunas por débiles mallas de alambre. Todo ello generaba una atmósfera intimidante que amedrentaba a los rivales, a los cuales el Junior pocas veces cedía puntos en casa.

Cuando el Metropolitano era apenas un proyecto, un jugador del Independiente Santa Fe, de apellido Pachón,  viendo el diseño y tamaño del estadio en una maqueta,  vaticinó certeramente que allí el reinado del Junior como equipo local llegaría a su fin. Las tribunas  y el campo de juego  están  separados por una ancha pista  atlética y un espacio hueco de altura considerable que hace casi imposible una invasión del campo por hinchas enfurecidos. Los resultados para el equipo Junior en ese primer torneo, dos empates y una derrota, corroboraron el vaticinio de Pachón.

Para una ciudad  cuya  única diversión importante eran los partidos  de su equipo de fútbol, la inauguración de un estadio de esa magnitud fue  un verdadero acontecimiento. Alentado por la  novedad, mi padre, que sin ser indiferente al fútbol no era hombre de asistir a estadios,  se hizo, conjuntamente con algunos amigos, a un palco cuya propiedad se prolongaría por los siguientes 20 años.

Muchas expectativas rodearon la adquisición, porque según se nos dijo,  sería muy lujoso y confortable. Como el de cualquier estadio  del primer mundo. Tendría aire acondicionado,  cocina integral y parqueadero propio que permitiría a sus propietarios llegar a él directamente en  automóvil.

Llegado el gran día de la inauguración, celebrada con un encuentro entre el Junior y la selección uruguaya, la desilusión fue mayúscula. Aquel palco resultó ser en realidad una cosa bastante común y corriente. Un sitio al aire libre al que cualquiera podía colarse desde las tribunas (de hecho, siempre que decidimos usarlo, al llegar, indefectiblemente  encontrábamos intrusos usurpándolo). Eran seis sillas de madera con espaldar empotradas en la grada. Había  un espacio adicional para otras tres sillas plegables (ese primer día asustamos a medio estadio con el estruendo de una de ellas, que terminó hecha trizas  bajo los escasos 60 kilos que debía pesar uno de mis hermanos por aquellas calendas). Justo detrás de las sillas,   había un pequeño habitáculo en el  que el aire acondicionado brillaba por su ausencia y cuya aparente única  función era la  de albergar un lavaplatos de una finalidad incierta y desconocida para mi hasta el día de hoy pues desde entonces he creído  que ese cuartico solo podía servir para poner a buen recaudo las  sillas plegables siempre a punto de desbaratarse. Por supuesto que era totalmente falso que un automóvil pudiera  subir  hasta el palco, al que llegamos recorriendo el mismo camino que los demás, soportando empujones y codazos mezclados entre la muchedumbre. La guinda era que,  por  su   ubicación, en la parte alta del primer piso del estadio, ofrecía una pésima  visibilidad, a diferencia de la que disfrutaban los aficionados apostados en  la menos privilegiada y más económica tribuna alta de occidental. 

Por todo eso, más adelante decidí que lo mejor era no usar más el tal palco, sino subir  a  occidental alta, la verdadera tribuna privilegiada.

Volví  pocas veces al estadio y después de un partido en 1993 entre Colombia y Paraguay por eliminatorias (0-0, penalti errado por Asprilla), no lo pisé  por veinte años hasta   2013, cuando asistí  a un encuentro entre los mismos equipos (2-0). 


Ahora caigo en cuenta de que aquella última vez no fui lo suficientemente curioso como para acercarme a aquel sitio que algún día fue nuestro, para recordar aquellos días o al menos para comprobar  si aun existía.

Junio 17 de 2018

 

EL SINO TRÁGICO DE COLOMBIA EN LAS COPAS DEL MUNDO

Por Andrés Rosales U.


Durante casi 30 años Colombia vivió del recuerdo de haber empatado a 4 goles con la Unión Soviética en 1962 en el Mundial de Chile. Encuentro famoso por el único gol olímpico de la historia de los mundiales. En realidad pareció ser  un tiro de esquina tan mal cobrado que provocó un error de comunicación entre un defensa y el arquero soviéticos, gracias a lo cual la bola entró mansamente entre estos y el primer palo. El triste final de la selección en ese mundial fue un 5 a 0 frente a Yugoslavia. 

28 años más tarde  clasificó apuradamente a Italia 90 después de un repechaje con Israel. En el mundial el equipo nacional clasificó a octavos de final empatando a un gol  con  Alemania. El juego se resolvió in extremis. Faltando dos  minutos para terminar, empataban a cero goles y el equipo colombiano  clasificaba, hasta que el alemán Littbarsky faltando minuto y medio marcó. En el minuto 47 Freddy Rincon empató el partido, previo pase del Pibe Valderrama.

Clasificó empatando con uno de los gigantes de los mundiales en todos los tiempos, y después en octavos enfrentó a Camerún. Colombia contaba en ese entonces con el jugador René  Higuita, apodado “el loco”, una mezcla de futbolista y bufón que el chauvinismo de los periodistas deportivos había ensalzado de tal forma que fue  elevado a la categoría de mejor arquero del mundo, cuando en realidad no pasaba de ser un arquero del montón a los ojos de cualquier analista objetivo, y de genio, por sus temerarias escapadas  a jugar por fuera del área fungiendo de “arquero líbero”. 

Pues bien, este payaso decidió que su mayor hazaña como arquero líbero la ejecutaría cuando Colombia luchaba por empatar  en el tiempo extra de un  crucial partido por octavos de final después de 28 de años de no jugar un mundial de futbol. En una salida hasta un punto a medio camino entre la media luna y el círculo  central, trató sin necesidad, y sin éxito,  de driblar al camerunés Milla, un delantero mortífero. Fue despojado del balón por el africano, que anotó el segundo gol. Colombia descontó posteriormente, pero la historia ya estaba escrita (a pesar de la evidente responsabilidad de Higuita en la derrota, un sector de la prensa no se resignaba a dejar de alabarlo, y en Barranquilla, por ejemplo,  el diario local, después de la eliminación, estampó el siguiente inexplicable titular: “Gracias, René”. 

A EEUU 1994 Colombia clasificó entrampada por el destino. En octubre de 1993 jugó contra Argentina uno de esos extraños partidos que ocurren cada cien años. Ganó 5 a cero en Buenos Aires y este fue el principio de su tragedia en el mundial de 1994. Tal vez convencido de que   a nivel futbolístico era cinco veces Argentina, se sintió candidata al título mundial, creencia demencial a la que contribuyó el argentino Cesar Luis Menotti, que también la candidatizó. Esta falsa idea cobró más fuerza al  ganar prácticamente todos los juegos amistosos que disputó. 

En su debut en aquel mundial, la poderosa Rumania de Hagi se encargó de aterrizarla derrotándola contundentemente 3 a 1. Después EEUU la eliminó en un encuentro en que Andrés Escobar marcó autogol. Escobar poco  después fue asesinado en Medellín, pero no como represalia por el autogol, como contrariamente se cree y trascendió ante el mundo para vergüenza del país. En un amanecedero, tuvo el infortunio de discutir, por cualquiera de esas nimiedades por las que discuten los borrachos,  con un mafioso que ordenó a unos de sus esbirros ultimarlo. En medio del intercambio de palabras, al ser reconocido Escobar fue increpado por el autogol, pero no fue este el motivo de la discusión ni de que le dispararan.

En el Mundial de 2014, cuando todo parecía ir por buen camino,  Colombia tuvo la mala suerte de  encontrarse en el camino con el anfitrión Brasil y terminó eliminada.

En el mundial de 2018, ha empezado haciendo sin duda  su peor presentación futbolística de los últimos 30 o 40 años,  convirtiéndose quizá en el peor equipo del mundial hasta ahora. Apenas en el tercer minuto sobrevino la fatalidad. En una jugada precedida  de una increíble pifia del defensa Sánchez, sancionaron  penalti después de una mano cometida como último recurso para evitar un gol inminente. A los tres minutos ya perdía y tenía un hombre menos, pues el autor de la mano fue expulsado. 


Perdió el primer partido y hoy jugará ante Polonia. No es por ser ave de mal agüero, pero dudo que esta vez la historia tenga un final feliz. 

Junio 24 de 2018

 

PROBLEMAS DE LA JUSTICIA 

Por Andrés Rosales U.


Hace poco,  cenando  en una famosa cadena de restaurantes del país que se distingue porque todas sus mesoneras son del sexo femenino, mientras observaba cómo esas  mujeres de  elegantes turbantes blancos discurrían laboriosas y solícitas  de un lado a otro atendiendo  comensales, pensaba en el riesgo que corría la propietaria del lugar debido a los extremos a los que ha llegado la justicia en el país y al caos jurídico permanente provocado  por algunos jueces y abogados, y en que por esta razón no sería de extrañar que  la restaurantera fuera blanco  de una acción de tutela por violar el derecho fundamental al trabajo del sexo masculino, o, incluso, de una  denuncia penal por discriminación al no  emplear hombres en sus restaurantes.
De un buen tiempo para acá, la  acción de tutela y los denuncios penales han venido siendo objeto del más inmisericorde manoseo y del más deplorable  abuso con la anuencia de muchos jueces de la república. 
Por ejemplo, la acción de tutela, cuya área de injerencia está muy claramente delimitada en la Constitución, se utiliza para las más variados y curiosas fines y hoy en día está notablemente desnaturalizada. Recientemente, por ejemplo, fue utilizada por un grupo de padres de familia para obligar al colegio de sus hijos a celebrar una ceremonia de grado cancelada por las directivas como retaliación por el encubrimiento  de la sustracción irregular de un examen preparatorio para las pruebas de estado antes conocidas como  ICFES.
Leo en el tiempo una noticia que parece un chiste, pero que refleja el estado de cosas al que me vengo refiriendo: un estudiante de derecho en Bucaramanga instauró una acción de tutela contra un compañero de estudios por haberlo eliminado de un grupo de la aplicación “Whatsapp”, alegando la violación del derecho a la no discriminación. Aunque esta acción, un disparate desde todo punto de vista, no debió ser siquiera admitida y finalmente fue denegada, no siempre sucede lo mismo con acciones de contenido similar. En otra oportunidad, una mujer utilizó la tutela  para silenciar el altoparlante de una iglesia vecina y la acción prosperó.
Esta suerte de sainete jurídico  es para mí el reflejo de una crisis profunda producto de  varios factores, entre ellos uno  que  llama particularmente mi atención por su perversidad: la proliferación de lo que se conoce como “universidades de garaje”, muchas de ellas fortines electorales de políticos corruptos, que todos los años lanzan a la calle profesionales portadores de títulos  cuasiespurios,    pésimamente  preparados y de un desconocimiento del derecho e inseguridad tales que se han convertido en los principales artífices de una justicia en muchos casos  digna de  una república de opereta.
A este despelote jurídico han contribuido también las altas esferas de la justicia, cuando, por ejemplo acomodan sentencias y  pronunciamientos a  la importancia del involucrado o  a la conveniencia del momento de acuerdo al estado de ánimo de la opinión pública. Acaba de suceder con Antanas Mockus, al que le fue pasada por alto una candidatura ilegal al Senado. 
Un desorden que viene de tiempo atrás y del que hay varios ejemplos, uno de ellos el que por vía jurisprudencial la Corte Constitucional haya modificado el inventario de los derechos fundamentales en la Constitución. A pesar de que están  consagrados taxativamente, resolvió crear nuevos derechos fundamentales bajo el criterio de conexidad y con la excusa de proteger la dignidad humana,  olvidando que no es precisamente la legitimada para tales menesteres. 
Así las cosas, la tutela, que en principio era una forma de democratizar la justicia y de ponerla al alcance del ciudadano de a pie, ha llevado a que los despachos judiciales terminen congestionados por estupideces. Es decir, para el ciudadano terminó por ser un caramelo envenenado.

A este panorama verdaderamente patético, se le agrega el escabroso asunto de la injerencia de la clase política en los nombramientos de jueces y magistrados. Por cuenta de esta aberración que le debemos a los constituyentes de 1991, en las altas cortes los magistrados probos han terminado mezclados con siniestros  delincuentes. La ciudadanía asiste impotente al decadente espectáculo de la corrupción rampante en la cumbre de la justicia, cada día en aumento,  que ha puesto en escena los más espeluznantes  casos de podredumbre moral, como el de la venta de fallos judiciales por miembros de la Corte Suprema de Justicia.

Julio 15 de 2018


 

PARIAS 

Por Andrés Rosales U.


Después de la resaca del mundial de fútbol cobran notoriedad  varias noticias que estuvieron desatendidas durante un mes entero.

Una de ellas es la crisis en Nicaragua. Lo de Nicaragua es la misma historia de varias de las experiencias de izquierdas en latinoamérica en los últimos tiempos: un tirano queriendo perpetuarse en el poder y arruinando al país. Con montones de muertos que pone el pueblo, víctima del gobierno y sus cuerpos armados oficiales y extraoficiales. La promoción de dialogo nacional y otra serie de argucias para distraer a la opinión y al pueblo. La misma novela que viene sucediendo en Venezuela desde hace años.

La triste   historia de la izquierda latinoamericana en el poder es la de arruinar países y convertirlos en parias. 

Ya Fidel Castro dejó un legado en Cuba elaborado por 50 años: una isla muerta de hambre, un pueblo reprimido y oprimido. 50 años, más 10 de le era postfidel, de atraso, para terminar ahora reformando la constitución introduciéndole cambios sustanciales. Este mero formalismo, que es otro capítulo de una farsa rutinaria, esta vez arroja  una novedad: reconocer el papel del mercado y la propiedad privada, con la excusa de ponerse a tono con los tiempos. Como quien dice,  60 años de discurso contra el capitalismo, para terminan desdiciéndose después de arruinar física y moralmente un país. Es decir, 60 años perdidos.

En Venezuela, con un régimen tiránico perpetuándose en el poder,  la historia de Cuba se repitió con algunas variantes, pero con resultados más devastadores. En veinte años, la destrucción de la izquierda en ese país ha superado con creces los 60 años de desmanes del régimen castrista en Cuba, lo cual es mucho decir. Puede obedecer este ritmo vertiginoso a que definitivamente el nivel intelectual y el estilo de los gobernantes en uno y otro país son  diferentes. Los Castro, provenientes de una familia acomodada y formados en la universidad, rodeados de un entorno a veces de similares características,  frente a Chavez y Maduro, ambos de extracción popular y con una formación intelectual bastante precaria, ejercen el poder burdamente y henchidos de un  resentimiento acumulado por años.


Bolivia viene por el mismo camino, con un gobernante que cada cierto tiempo se inventa una excusa diferente para no entregar el poder. Allí sigue orondo desde hace 12 años,  sin la menor intención de ceder.

En Ecuador iba sucediendo lo mismo. El envalentonado Rafael Correa, con 10 años en el poder, ya hacía planes para quedarse un buen tiempo más, pero no pudo. Cedió, pero dejando a un sucesor que en principio continuaría con sus políticas, pero que finalmente lo traincionó.

Méjico acaba de dar un salto al vacío al elegir al izquierdista López Obrador. Sin embargo, parece improbable que allí se repita un  historia como la de Venezuela, por varios factores, el principal de ellos, su vecindad con los Estados Unidos.

Colombia hasta ahora se ha salvado de la desgracia de un gobierno de izquierda,  pero una amenaza cierta empieza a cernirse sobre ella. Esa amenaza se llama Gustavo Petro, que hasta hace poco aparecía como un riesgo remoto, hasta que en la última elección presidencial obtuvo más de ocho millones de votos, algo impensable hasta hace relativamente poco. 

En el país el caldo de cultivo de la izquierda petrista es la crisis institucional provocada por la clase política, incluida la de izquierda que a pesar de ser tan corrupta como los políticos liberales y conservadores camuflados ahora en un sinnúmero de facciones de diversas denominaciones, de forma hábil ha sabido lavarse la cara ante la opinión para figurar como una alternativa a la corrupción rampante.

Adicionalmente, el buen ambiente para la izquierda ha mejorado inusitadamente gracias al gobierno Santos, que terminó entregándose a un puñado de vejestorios desesperados en el monte, cansados y enfermos, dispuestos a arrancarle la mano al  presidente que les ofreciera cualquier cosa a cambio de dejar las armas. Sin embargo, la vanidad de Santos le ganó al cansancio de los viejos, que lo pusieron de rodillas  suplicándoles que firmaran la paz.

No hay que engañarse. En el horizonte de Colombia se ve el negro nubarrón de la izquierda y salvo que Iván Duque logre un gobierno excepcionalmente bueno y de verdad haya cambios en el establecimiento, esa tempestad va a estallar  y lo que viene después ya lo sabemos de sobra.

Julio 22 de 2018


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