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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
domingo, septiembre 02, 2018
SOBRE MI MADRE Y COLOMBIA
Por Andrés Rosales U.
Hace poco, hurgando con mi padre entre los viejos papeles y fotografías que archiva en su biblioteca, dimos con una nota necrológica de su autoría. Se publicó en el diario de la ciudad, para invitar a la misa por el alma de mi madre al cumplirse un año de su muerte.
En medio de un clima de violencia e inseguridad desbordadas, un día del mes de marzo de 1998, mi hermano Carlos, un joven de apenas 31 años, fue asesinado en una calle de Bogotá.
La temprana partida de Carlos y la forma en que murió fueron también la sentencia de muerte de mi madre, que sobrevivió a ese acontecimiento unos 18 meses. Para esas fechas había transcurrido tan solo un año largo del gobierno del presidente de entonces.
Andrés Pastrana había subido a la presidencia ofreciendo una paz claudicante. Una foto en el monte, junto al funesto guerrillero “Tirofijo” prometiendo una paz dialogada, fue un factor muy importante para su victoria, esto porque, la guerrilla, envalentonada, tenía literalmente sitiado al país. La población, atemorizada y sintiéndose abandonada a su suerte por un estado vacilante y errático, votó asustada. Después, Pastrana ya como presidente, acorralado por su propia incompetencia, en un acto desesperado despejó la población de San Vicente del Caguán y sus zonas aledañas, unos 40.000 kilómetros cuadrados. Abandonó a su suerte una extensión equivalente a la de Suiza o los Países Bajos, con el pretexto de dialogar con la guerrilla. Este curioso experimento, forzado por la cobardía y la impotencia, desembocó en un desastre sin precedentes.
Sentenciaba Churchill que el que se humilla para evitar la guerra, se queda con la humillación y la guerra, y el asunto del Caguán fue la prueba irrefutable de ello. La situación había tocado fondo. El resultado era el de un país fuera de control, sumido en el desorden y el caos después de años de erráticas desiciones del estado y su dirigencia política, que evadía las consecuencias de contener a la guerrilla por la fuerza camuflando su talante pusilánime en inútiles intentonas de arreglos dialogados.
Como por ensalmo, en 2.001 surgió, con el 1% de intención de voto a la presidencia, Álvaro Uribe Vélez, en ese momento ex gobernador del Departamento de Antioquia. Su popularidad a nivel nacional en ese entonces era baja. Su nombre, sin embargo, venía adquiriendo creciente relevancia por los resultados de su gestión como gobernador.
Como candidato a la presidencia en 2002 cautivó a la mayoría del electorado con una propuesta sencilla y diáfana, que recordaba lo que por años pregonó sin éxito el dirigente conservador Alvaro Gomez Hurtado: “La autoridad legítima del Estado protege a los ciudadanos y disuade a los violentos. Es la garantía de la seguridad ciudadana durante el conflicto y después de alcanzar la paz”.
El primer acto de Álvaro Uribe Vélez como presidente fue viajar la madrugada el 8 de agosto a la zona de Valledupar, para ocuparse personalmente de lanzar su programa de protección y seguridad en las carreteras, una iniciativa que combinaba la actividad de las Fuerzas Armadas con la de una red de informantes de la población civil.
Los resultados de la firme imposición de la autoridad del estado mediante el legitimo uso de la fuerza armada fueron sencillamente arrolladores. Cuatro años después el país se había trasformado en todos sus ordenes y Uribe fue reelecto en primera vuelta. Al final de su segundo gobierno, la guerrilla ostensiblemente menguada había perdido a la mayoría de los miembros del que llamaban “secretariado”, su cúpula de mando, y quedado reducida a su más mínima expresión.
Paradójicamente fue el mismo Uribe el que, obnubilado por quién sabe qué hado maligno, sin querer sembró el germen de la destrucción de su gran obra de gobierno. Al final de su segundo mandato, de todos era sabido que el país atendería al guiño de Uribe para elegir presidente. Para infortunio nuestro, Uribe se decantó por Juan Manuel Santos, el más nefasto dirigente político de Colombia en toda su historia.
Lo sucedido en los últimos ocho años puede resumirse en pocas palabras: en muchos aspectos el país está retrocediendo a los oscuros años de finales del siglo 20, inexplicablemente se rindió en una guerra que ganaba sobradamente, y el clima de violencia, extorsiones e inseguridad amenaza con llevarlo rápidamente al estado de postración de las postrimerías del gobierno de Andrés Pastrana.
Sin duda alguna, el orden fue la clave extraviada del pueblo colombiano hasta la llegada de Álvaro Uribe. Ahora, las repúblicas independientes del crimen y el llanto por los muertos de la salvaje violencia que vivía el país por causa de la guerrilla antes de 2002 han resurgido con fuerza. La razón es clara: el orden otra vez perdido por la debilidad del estado. El país nuevamente pide a gritos el restablecimiento del orden, que solo el Estado puede imponer con autoridad.
Por fortuna Uribe se mantiene en pie y dispuesto a seguir luchando. Con una tozudez y obstinación nunca vistas en un gobernante colombiano, su preocupación genuina por los problemas del país lo ha llevado a renunciar al dorado retiro de un expresidente y, tal como hace 16 años, se ha obsesionado por enderezar el rumbo del país, ahora intentando perpetuar su obra en el candidato Ivan Duque.
La bella y conmovedora nota a la que me referí al principio finaliza así: “En homenaje a su memoria, hacemos nuestros los versos finales del poema de Wilde ante la tumba de Keats: “…nuestras lágrimas conservarán verde tu recuerdo y lo harán florecer como albahaca”.
Reguemos lagrimas por nuestros muertos porque murieron de viejos. Como hace 16 años, en nuestras manos está la solución.
Mayo 13 de 2018
NO SE PERDERÍA MUCHO
Por Andrés Rosales U.
Difícil olvidar el largo silencio de las Farc en tiempos del gobierno de Álvaro Uribe. Unos arrinconados por los bombardeos de la fuerza aérea, otros escondidos en Venezuela, adonde salieron despavoridos, huyendo de Uribe con el rabo entre las piernas. Sin embargo, desde el inicio de la vorágine de equivocaciones y despropósitos que terminó en un acuerdo de paz, venimos padeciendo escenas que habían quedado en el olvido. Como la de un criminal de lesa humanidad profiriendo amenazas ante los medios de comunicación. “El proceso de paz está en peligro de precipitarse hacia el abismo del fracaso”, advirtió solemne y altivo el guerrillero Iván Márquez hace unos días en una nutrida rueda de prensa, atribuyendo esa posibilidad a que Jesús Santrich no quede en libertad o muera de hambre.
El ultimátum de Márquez por supuesto que no iba dirigida al pueblo, sino al presidente de la república. Porque a estas alturas es al único al que podría intimidar así, porque cumplir la amenaza formalizaría el fracaso del acuerdo de paz, que absorbió todas las energías del gobierno por 8 años. Para la mayoría de los demás, la huida de Márquez al monte, viéndolo bien, sería una buena noticia, porque reviviría la ilusión de un ajuste de cuentas. Sería acariciar nuevamente el sueño de verlo abatido por un ataque de la fuerza aérea. Como la ilusión de los judíos con los juicios de Nuremberg, o la de los kurdos, víctimas de Saddam Husseim, viéndolo ascender al patíbulo.
En cuanto a la huelga de Santrich, su muerte por inanición sería un suicidio en toda la regla, uno más de los cientos que ocurren a diario en el mundo.
Con Santrich muerto de hambre o huido, Márquez vuelto guerrillero cimarrón y el acuerdo trunco, la verdad no se perdería mucho, porque ese batiburrillo impracticable de 300 paginas que es el acuerdo ha resultado, como ya se sabía, un verdadero fiasco: como todo lo de Santos, fraguado en la trampa y la mentira, pero de una pésima factura final. Al contrario, comenzaría a desenredarse el galimatías jurídico craneado por los adláteres del gobierno en el congreso para implementar lo imposible torciéndole el pescuezo al estado de derecho.
Al caos jurídico al servicio del acuerdo hay que agregarle el debilitamiento general del estado para idénticos fines. Una debilidad artificialmente provocada por Santos para mantener viva a la niña de sus ojos, porque Santos, que es un pérfido, tiene un defecto peor, el de la vanidad, que supera con creces su perfidia. Y las Farc tienen medida su vanidad desde hace mucho. La vanidad que no lo dejaba disimular el frenesí por firmar el acuerdo a como diera lugar, y que condujo en Cuba a la humillación del estado colombiano, reducidos sus delegados al triste papel de amanuenses de las Farc. Y es por eso mismo que ahora extorsionan a Santos amenazándolo con desbarrancar el acuerdo de paz.
Débil con las Farc por la necesidad imperiosa de la preservación del acuerdo, con el resto de criminales, Santos, sin una motivación diferente a la dejadez y a su mediocridad como gobernante, se muestra simplemente indiferente y cuando ocasionalmente decide disimularlo vuelve a ser blandengue. Otra vez el estado arrinconado e indulgente, como en aquellos tiempos difíciles del intervalo entre los gobiernos de Turbay Ayala y Uribe, ambos exclusive.
Pues bien, los frutos se esa blandenguería idiota ya empiezan a cosecharse: violencia por doquier, como la del ELN, resucitado por Santos para tener con quien firmar otra paz, o la del tal Guacho, haciendo de las suyas en el sur, donde retiene tres cadáveres. Esas perturbaciones, un problema insoluble en tiempos de Samper y de Pastrana, que dejaron de serlo con Uribe y que vuelven a serlo con Santos, hoy se resolverían con unas cuantas toneladas de bombas lanzadas desde el aire, pero eso no va a pasar. No va a pasar, porque es regla de oro del decálogo del buen mamerto que el uso de las armas se reserve exclusivamente a los enemigos del Estado, que, mansamente, debe plegarse en espera de que le concedan un arreglo por las buenas.
De ese tamaño están las cosas en este país, al que le viene como anillo al dedo esta frase, no preciso pronunciada por quién: “La justicia sin fuerza y la fuerza sin justicia son las peores desgracias de un pueblo”. Ya el pueblo lo sabe, porque no olvida como fue rescatado el país, cautivo de la guerrilla, entre 2002 y 2010.
Mayo 20 de 2018
LEER ANTES DE VOTAR
Por Andrés Rosales
Humberto De la Calle es el detritus del gobierno del nefasto Juan Manuel Santos. Llegó a la candidatura cabalgando sobre el famélico caballo del acuerdo de paz del que fue artífice. Chamuscado por Santos, después de escribir una de las páginas más oscuras de Colombia en toda su historia, se merece el lánguido final que ha tenido como candidato y como político. La compañía de la lamentable Clara López aumenta el desgano de los electores hacia esa candidatura.
Germán Vargas Lleras, también chamuscado irremisiblemente por Santos, todo lo calculó mal. Jamás previó que el gobierno actual, que integró hasta hace poco, pudiera llegar a ser tan funesto y que Santos levantaría tanto repudio e indignación. El plan Vargas Lleras de migrar de las mieles del gobierno a la brega de una candidatura presidencial cabalgando sobre sus ejecutorias con el presupuesto estatal fue un fracaso rotundo: 7 años en el gobierno usufructuando toda la maquinaria y el presupuesto estatal para hacerse visible y entregar obras a lo largo del país, entre ellas casa gratis a los pobres, no le sirvió para superar ni el 10% de la intención de voto. Esto, un imposible en condiciones normales, solo se explica por la estela destructiva del gobierno de Santos. Vargas Lleras además reaccionó tarde puesto que, percatado del desastroso gobierno del que hacía parte, no se retiró de él a tiempo, esto es, como tarde en vísperas del plebiscito, cuando Santos se aprestaba a escenificar el circo de la firma del acuerdo de paz en Cartagena, aquel día en que, por cierto, siempre vanidoso y preocupado por las formas, se cambió de guayabera tres veces.
Fajardo, un político de provincia ex alcalde y ex gobernador, con todo lo que ello implica en la práctica política, saltó a la palestra nacional como candidato presidencial convertido de la noche a la mañana en una especie de Jesucristo antioqueño dispuesto a poner la otra mejilla. Dando por sentado que los demás somos idiotas, pretende su elección con ese solo argumento. Adicionalmente se hace acompañar de Claudia Lopez, cuyo desagradable aspecto físico se transmite a sus ideas y a su forma de expresarse, igualmente desagradables. Contrariamente a su pareja, Fajardo evita opinar para no comprometerse. Adicionalmente ha demostrado su ignorancia en varios temas que se supone debería dominar como aspirante a la presidencia. Ni de las exigencias de los maestros en una reciente huelga estaba enterado, él, que se promociona como el candidato profesor. Después, en un show a cargo de un patético payaso televisivo, el profesor de aritmética Fajardo fue incapaz de resolver un problema matemático relativamente simple.
Gustavo Petro, como todo izquierdista pretende navegar en las aguas mansas de la ignorancia del pueblo y se ha dedicado a lo que todos los izquierdistas: aprovecharse del hambre del pueblo, que desesperado no es capaz de discernir entre lo posible y lo imposible. Su programa como candidato esta repleto de propuestas de imposible cumplimiento, y las posibles tienen el inconveniente de que ejecutarlas sería ruinoso, sobre todo en el ámbito económico, campo en que los izquierdistas zozobran más crudamente. El título de su programa económico es “Hacia una economía productiva”. Filantropía pura, que en materia económica es garantía de un estruendoso fracaso. Enumera minuciosamente todo aquello que pretende ejecutar y que convertiría a Colombia seguramente en la Suiza de Suramérica. Sin embargo, omite algo fundamental al no revelar cómo logrará toda esa fecundidad que hará correr ríos de leche y miel. Así, solo se limita a conjugar en futuro todos los verbos en forma impersonal: se fortalecerán, se reindustrializará, se diversificará, se renegociará, se defenderá, se incentivará, se impulsará… La expresión “hay que” inunda el programa de gobierno de este soñador algo idiota, que asegura atesorar la fórmula para convertir al país en un paraíso terrenal en el que, por ejemplo, los recursos naturales milagrosamente volverán al estado de los tiempos del descubrimiento de América.
Latinoamérica, que ha legado al mundo el manual de instrucciones de cómo fracasar como estado y como sociedad, en este sentido alcanzó su culmen con el caso Venezuela. Por esa sola razón, Petro no debería pasar de ser el candidato de izquierda sin opciones que nunca debe faltar en unas elecciones. Sin embargo, sorpresivamente ocupa en las encuestas el segundo lugar.
Iván Duque debe imponerse cómodamente en la primera vuelta, y más adelante en segunda vuelta, ser elegido presidente.
Mayo 27 de 2018
La mancha
Por Andrés Rosales
Creo que hace unos seis meses muy pocos daban un peso por la candidatura de Iván Duque. Apenas llegaba a un 7 u 8 por ciento en las encuestas. Luego ascendió muy rápido cuando fue postulado por su partido a una consulta interpartidista.
Acaba de imponerse contundentemente en la primera vuelta presidencial. En unas elecciones que probaron nuevamente el repudio del colombiano hacia lo que se conoce como vieja política. Por eso, el partido liberal quedó reducido a su más mínima expresión con una votación afrentosa, y Vargas Lleras, no obstante su disfraz de candidato independiente postulado por firmas, fracasó estruendosamente
El secreto de Iván Duque es muy sencillo. No hay detrás de su éxito maquinarias políticas ni caciques electorales. Es apadrinado por Álvaro Uribe, el político más popular de Colombia en toda su historia; es un candidato sin pasado político, sin trapos sucios que la oposición pueda enrostrarle, y es un tipo preparado e inteligente que ha demostrado una habilidad pasmosa para responder en debates y entrevistas. Por cierto, sobretodo esta última virtud le ha servido para tapar la boca de los opositores que lo critican por su falta de experiencia y juventud.
A eso le debe su éxito electoral. Sin embargo, todo ese buen suceso de la candidatura de Duque viene ensombreciéndose, sin necesidad alguna, a partir de una lluvia de adhesiones indeseables que súbita pero predeciblemente ocurrieron la semana pasada a través de comunicados llenos de incoherencias políticas.
Se trata de toda la corruptela de liberales y conservadores, camarillas de políticos, manzanillos de toda laya que tienen a la administración pública postrada y repartida por feudos que les son adjudicados según las votaciones obtenidas. Los mismos que han convertido a Colombia en un estado fallido sin salud, sin educación y sin justicia, es decir, sin los requisitos mínimos de toda sociedad civilizada. Esa caterva se ha abalanzado ahora hacia la campaña de Iván Duque para disputarse como aves de rapiña un rincón en el escenario del que se vislumbra como un triunfo aplastante sobre el izquierdista Gustavo Petro, que, por cierto, de esta manera volvería a lo que mejor sabe hacer: la oposición.
Me recuerda todo esto los tiempos de las elecciones legislativas del año 2006, en que fue reelegido Uribe, cuando su prestigio político estaba en la cúspide. No necesitó Uribe apoyo de congresistas y candidatos al congreso. Por el contrario, eran estos los que mendigaban una fotografía con él para su afiche de campaña.
Hogaño el espectáculo podría ser el sumun de la abyección: los partidos actualmente aliados al gobierno anuncian, sin esperar si quiera que este último culmine, su apoyo a Duque, el candidato que más acérrimamente se opone al gobierno. Más descarada que la adhesión, sin embargo, es la forma como, sin el menor asomo de vergüenza, encuentran la forma de justificarla. Son los de siempre. El partido conservador: un cadáver mendicante de puestos que solo gracias estos ha evitado su sepultura definitiva. El partido liberal: otro cadáver que exhala sus últimos estertores y lucha por no desaparecer definitivamente adosándose a quien está en las antípodas de su ideología. Falta poco para el apoyo de Cambio Radical, que se ha tomado un poco más de tiempo para elaborar con más cuidado la pantomima, pero en todo caso se trata de un partido de tan nefasta catadura que hasta su artífice, Germán Vargas Lleras, negó pertenecer a él en las pasadas elecciones presidenciales para evitar que enlodara aun más su ya maltrecha imagen por cuenta del gobierno Santos.
Son ellos los que, junto al Partido de la U, se autodenominan la Unidad Nacional, coalición que viene amamantando del gobierno de Santos todo el presupuesto que este reparte a diestra y siniestra para sacar adelante sus iniciativas legislativas.
A Álvaro Uribe su solo prestigio le ha valido para ganar desde 2002 todas las elecciones presidenciales, más un plebiscito (incluyo la segunda vuelta de 2014, arrebatada a través de compra de votos organizada especialmente desde el departamento de Córdoba). Por ello, a Iván Duque bastará con decirle, a propósito de las adhesiones de marras, que no es suficiente con declarar que no hay compromisos con nadie ni pactos burocráticos, porque esos simpatizantes de nuevo cuño son un estorbo. No solo desprestigian y manchan un gobierno apenas en cierne, sino que restan miles de votos.
Bastaría entonces de Duque un comunicado de pocas lineas en el que manifestara lo que muchos quisiéramos escucharle: que rechaza de plano los apoyos de los integrantes de la Unidad Nacional.
Junio 3 de 2018
Junio 3 de 2018
LA TRANSFORMACIÓN
Por Andrés Rosales U.
“Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Con estas palabras el judío Franz Kafka abre La Metamorfosis , también traducida con el título de La Transformación, relato sobre la historia de un viajante de comercio que una mañana lluviosa despierta a las 6 y 30 de la mañana convertido en un escarabajo pelotero.
Algo semejante pareció sucederle al candidato Gustavo Petro la mañana del 28 de mayo de 2018.
Desde hace meses gritaba a los cuatro vientos su intención de poner en práctica como presidente el socialismo que ha venido cultivando por años. Venía haciendo suyas ideas de la izquierda más radical de latinoamerica, amenazando al estilo de Fidel Castro y Hugo Chávez, hasta que la mañana del 28 de mayo despertó convertido en un político sospechosamente distinto. Retractado, corriéndose hacia el centro o al blando “centro izquierda”, citando a Rafael Uribe Uribe, a López Pumarejo y su Revolución en Marcha, y a Jorge Eliecer Gaitan. Incluso permeado de algunas ideas de derecha, para lo cual cita ahora sin el menor rubor a Álvaro Gómez Hurtado y su acuerdo sobre lo fundamental. En fin, un político desesperado. Y hay políticos desesperados capaces de poner en venta a su propia madre…
Del socialismo uno diría que, dados los innumerables ejemplos de su fracaso en un siglo, no debería quedar sobre la faz de la tierra un solo ser humano que estando en sus cabales pretendiera implantar semejante disparate.
De todos los ejemplos, uno en particular es el más dramático. Es el de las dos Alemanias antes de la caída del muro. Recuerdo que hace unos años alguien con muy buen tino resumió el contraste entre ambas con una imagen. Era una fotografía en la que aparecían pareados un BMW y un lamentable Trabant, el pequeño automóvil al que tenían acceso los habitantes de la Alemania Democrática.
Ante la tozudez de los hechos, gran cantidad de izquierdistas radicales recapacitaron y hoy se les ve totalmente asimilados por el capitalismo gozando de sus mieles, de saco y corbata, en confortables y costosos apartamentos provistos de todas las comodidades. Seguramente renegando de su pasado y del tiempo desperdiciado. Otros, como Petro, perseveran en imponer contra la fuerza de la razón y las pruebas de la experiencia que es posible erradicar la pobreza en un mundo desprovisto de desigualdades.
Si bien es cierto que el capitalismo no terminará con la pobreza en el mundo, también lo es que el socialismo no solo no resuelve el problema, sino que, sin excepción alguna, lo agrava en grado superlativo.
En realidad, Petro es una amenaza aun remota. Se lo debemos en parte al caso venezolano, dada su cercanía geográfica y temporal. En menor medida al cubano, pues Cuba se volvió una costumbre de 50 años, que por lo tanto ya no conmueve. Opacada por Venezuela, el drama diario de sus gentes no transmite el pavor de antes. Su estado de postración ya no es noticia. Más curiosidad despierta actualmente ser una especie de museo al aire libre de la Cuba prerevolucionaria. El cataclismo de Venezuela, en cambio, está a la orden del día con todo su exacerbado dramatismo. Ese pavoroso fantasma al menos ha servido para que muchos incautos de aquí no muerdan el anzuelo del socialismo humano de Petro.
Petro insiste tercamente en su ideología contra natura y antes de su reciente metamorfosis anticipó con rara sinceridad y poco cálculo algunos de los zarpazos que planea dar a la institucionalidad: expropiar plantaciones azucareras, convocatoria de una asamblea constituyente, supresión de la industria de hidrocarburos por nociva para el medio ambiente…También habló de la creación masiva de puestos de trabajo a partir del cultivo del aguacate, idea que ha trascendido tomando la forma de lo que desde el principio pareció ser: un chiste. Ha sido una ventaja con Petro no tener que desenmascararlo, porque una excesiva confianza en sí mismo ha facilitado conocer sus verdaderas intenciones.
Lo cierto es que por experiencias ajenas ya sabemos en lo que terminaría su canto de sirena si resultara elegido. Contrariamente a lo sucedido en el célebre relato de Kafka, que finalmente hace morir al escarabajo Gregor, lo de Petro terminaría en una reversión de la metamorfosis del mes de mayo.
Afortunadamente Petro es la demostración de que lo único bueno del socialismo es ser el peor enemigo de sí mismo. Ojalá no sean las elecciones del 17 de junio una excepción a la regla.
Junio 10 de 2018
Recuerdo futbolero de 1986
Por Andrés Rosales U.
Por estos días en que se disputa el Mundial de Rusia, he recordado la única vez que vi jugar a Diego Armando Maradona, cuando se inauguró un estadio en mi ciudad.
Fue en 1986. Como diría García Marquez, época irreal en la que todo el mundo tenía veinte años. Era yo adolescente y en el mes de mayo de ese año se inauguró el Estadio Metropolitano. Un estadio para 75.000 personas, una monstruosidad para la pequeña Barranquilla de entonces. Para celebrar la inauguración, se jugó un torneo entre el equipo local, el Junior de Barranquilla, y tres selecciones que habían clasificado al Mundial de Méjico 1986: Argentina, Uruguay y Dinamarca.
Vinieron Maradona y toda la patota con la que Argentina fue campeón mundial dos meses después en Méjico. Vino Francescoli, y los daneses, célebres en ese mundial por golear a la selección uruguaya.
Por unos 50 años había prestado sus servicios a la ciudad un pequeño estadio, el Romelio Martínez, que no llegaba a albergar 30.000 espectadores. Precario en todo sentido, era sin embargo, dadas sus peculiaridades, un fortín casi inexpugnable del equipo Junior. Los aficionados se agolpaban en las gradas sentados y de pie a pocos metros del campo, separado de las tribunas por débiles mallas de alambre. Todo ello generaba una atmósfera intimidante que amedrentaba a los rivales, a los cuales el Junior pocas veces cedía puntos en casa.
Cuando el Metropolitano era apenas un proyecto, un jugador del Independiente Santa Fe, de apellido Pachón, viendo el diseño y tamaño del estadio en una maqueta, vaticinó certeramente que allí el reinado del Junior como equipo local llegaría a su fin. Las tribunas y el campo de juego están separados por una ancha pista atlética y un espacio hueco de altura considerable que hace casi imposible una invasión del campo por hinchas enfurecidos. Los resultados para el equipo Junior en ese primer torneo, dos empates y una derrota, corroboraron el vaticinio de Pachón.
Para una ciudad cuya única diversión importante eran los partidos de su equipo de fútbol, la inauguración de un estadio de esa magnitud fue un verdadero acontecimiento. Alentado por la novedad, mi padre, que sin ser indiferente al fútbol no era hombre de asistir a estadios, se hizo, conjuntamente con algunos amigos, a un palco cuya propiedad se prolongaría por los siguientes 20 años.
Muchas expectativas rodearon la adquisición, porque según se nos dijo, sería muy lujoso y confortable. Como el de cualquier estadio del primer mundo. Tendría aire acondicionado, cocina integral y parqueadero propio que permitiría a sus propietarios llegar a él directamente en automóvil.
Llegado el gran día de la inauguración, celebrada con un encuentro entre el Junior y la selección uruguaya, la desilusión fue mayúscula. Aquel palco resultó ser en realidad una cosa bastante común y corriente. Un sitio al aire libre al que cualquiera podía colarse desde las tribunas (de hecho, siempre que decidimos usarlo, al llegar, indefectiblemente encontrábamos intrusos usurpándolo). Eran seis sillas de madera con espaldar empotradas en la grada. Había un espacio adicional para otras tres sillas plegables (ese primer día asustamos a medio estadio con el estruendo de una de ellas, que terminó hecha trizas bajo los escasos 60 kilos que debía pesar uno de mis hermanos por aquellas calendas). Justo detrás de las sillas, había un pequeño habitáculo en el que el aire acondicionado brillaba por su ausencia y cuya aparente única función era la de albergar un lavaplatos de una finalidad incierta y desconocida para mi hasta el día de hoy pues desde entonces he creído que ese cuartico solo podía servir para poner a buen recaudo las sillas plegables siempre a punto de desbaratarse. Por supuesto que era totalmente falso que un automóvil pudiera subir hasta el palco, al que llegamos recorriendo el mismo camino que los demás, soportando empujones y codazos mezclados entre la muchedumbre. La guinda era que, por su ubicación, en la parte alta del primer piso del estadio, ofrecía una pésima visibilidad, a diferencia de la que disfrutaban los aficionados apostados en la menos privilegiada y más económica tribuna alta de occidental.
Por todo eso, más adelante decidí que lo mejor era no usar más el tal palco, sino subir a occidental alta, la verdadera tribuna privilegiada.
Volví pocas veces al estadio y después de un partido en 1993 entre Colombia y Paraguay por eliminatorias (0-0, penalti errado por Asprilla), no lo pisé por veinte años hasta 2013, cuando asistí a un encuentro entre los mismos equipos (2-0).
Ahora caigo en cuenta de que aquella última vez no fui lo suficientemente curioso como para acercarme a aquel sitio que algún día fue nuestro, para recordar aquellos días o al menos para comprobar si aun existía.
Junio 17 de 2018
EL SINO TRÁGICO DE COLOMBIA EN LAS COPAS DEL MUNDO
Por Andrés Rosales U.
Durante casi 30 años Colombia vivió del recuerdo de haber empatado a 4 goles con la Unión Soviética en 1962 en el Mundial de Chile. Encuentro famoso por el único gol olímpico de la historia de los mundiales. En realidad pareció ser un tiro de esquina tan mal cobrado que provocó un error de comunicación entre un defensa y el arquero soviéticos, gracias a lo cual la bola entró mansamente entre estos y el primer palo. El triste final de la selección en ese mundial fue un 5 a 0 frente a Yugoslavia.
28 años más tarde clasificó apuradamente a Italia 90 después de un repechaje con Israel. En el mundial el equipo nacional clasificó a octavos de final empatando a un gol con Alemania. El juego se resolvió in extremis. Faltando dos minutos para terminar, empataban a cero goles y el equipo colombiano clasificaba, hasta que el alemán Littbarsky faltando minuto y medio marcó. En el minuto 47 Freddy Rincon empató el partido, previo pase del Pibe Valderrama.
Clasificó empatando con uno de los gigantes de los mundiales en todos los tiempos, y después en octavos enfrentó a Camerún. Colombia contaba en ese entonces con el jugador René Higuita, apodado “el loco”, una mezcla de futbolista y bufón que el chauvinismo de los periodistas deportivos había ensalzado de tal forma que fue elevado a la categoría de mejor arquero del mundo, cuando en realidad no pasaba de ser un arquero del montón a los ojos de cualquier analista objetivo, y de genio, por sus temerarias escapadas a jugar por fuera del área fungiendo de “arquero líbero”.
Pues bien, este payaso decidió que su mayor hazaña como arquero líbero la ejecutaría cuando Colombia luchaba por empatar en el tiempo extra de un crucial partido por octavos de final después de 28 de años de no jugar un mundial de futbol. En una salida hasta un punto a medio camino entre la media luna y el círculo central, trató sin necesidad, y sin éxito, de driblar al camerunés Milla, un delantero mortífero. Fue despojado del balón por el africano, que anotó el segundo gol. Colombia descontó posteriormente, pero la historia ya estaba escrita (a pesar de la evidente responsabilidad de Higuita en la derrota, un sector de la prensa no se resignaba a dejar de alabarlo, y en Barranquilla, por ejemplo, el diario local, después de la eliminación, estampó el siguiente inexplicable titular: “Gracias, René”.
A EEUU 1994 Colombia clasificó entrampada por el destino. En octubre de 1993 jugó contra Argentina uno de esos extraños partidos que ocurren cada cien años. Ganó 5 a cero en Buenos Aires y este fue el principio de su tragedia en el mundial de 1994. Tal vez convencido de que a nivel futbolístico era cinco veces Argentina, se sintió candidata al título mundial, creencia demencial a la que contribuyó el argentino Cesar Luis Menotti, que también la candidatizó. Esta falsa idea cobró más fuerza al ganar prácticamente todos los juegos amistosos que disputó.
En su debut en aquel mundial, la poderosa Rumania de Hagi se encargó de aterrizarla derrotándola contundentemente 3 a 1. Después EEUU la eliminó en un encuentro en que Andrés Escobar marcó autogol. Escobar poco después fue asesinado en Medellín, pero no como represalia por el autogol, como contrariamente se cree y trascendió ante el mundo para vergüenza del país. En un amanecedero, tuvo el infortunio de discutir, por cualquiera de esas nimiedades por las que discuten los borrachos, con un mafioso que ordenó a unos de sus esbirros ultimarlo. En medio del intercambio de palabras, al ser reconocido Escobar fue increpado por el autogol, pero no fue este el motivo de la discusión ni de que le dispararan.
En el Mundial de 2014, cuando todo parecía ir por buen camino, Colombia tuvo la mala suerte de encontrarse en el camino con el anfitrión Brasil y terminó eliminada.
En el mundial de 2018, ha empezado haciendo sin duda su peor presentación futbolística de los últimos 30 o 40 años, convirtiéndose quizá en el peor equipo del mundial hasta ahora. Apenas en el tercer minuto sobrevino la fatalidad. En una jugada precedida de una increíble pifia del defensa Sánchez, sancionaron penalti después de una mano cometida como último recurso para evitar un gol inminente. A los tres minutos ya perdía y tenía un hombre menos, pues el autor de la mano fue expulsado.
Perdió el primer partido y hoy jugará ante Polonia. No es por ser ave de mal agüero, pero dudo que esta vez la historia tenga un final feliz.
Junio 24 de 2018
PROBLEMAS DE LA JUSTICIA
Por Andrés Rosales U.
Hace poco, cenando en una famosa cadena de restaurantes del país que se distingue porque todas sus mesoneras son del sexo femenino, mientras observaba cómo esas mujeres de elegantes turbantes blancos discurrían laboriosas y solícitas de un lado a otro atendiendo comensales, pensaba en el riesgo que corría la propietaria del lugar debido a los extremos a los que ha llegado la justicia en el país y al caos jurídico permanente provocado por algunos jueces y abogados, y en que por esta razón no sería de extrañar que la restaurantera fuera blanco de una acción de tutela por violar el derecho fundamental al trabajo del sexo masculino, o, incluso, de una denuncia penal por discriminación al no emplear hombres en sus restaurantes.
De un buen tiempo para acá, la acción de tutela y los denuncios penales han venido siendo objeto del más inmisericorde manoseo y del más deplorable abuso con la anuencia de muchos jueces de la república.
Por ejemplo, la acción de tutela, cuya área de injerencia está muy claramente delimitada en la Constitución, se utiliza para las más variados y curiosas fines y hoy en día está notablemente desnaturalizada. Recientemente, por ejemplo, fue utilizada por un grupo de padres de familia para obligar al colegio de sus hijos a celebrar una ceremonia de grado cancelada por las directivas como retaliación por el encubrimiento de la sustracción irregular de un examen preparatorio para las pruebas de estado antes conocidas como ICFES.
Leo en el tiempo una noticia que parece un chiste, pero que refleja el estado de cosas al que me vengo refiriendo: un estudiante de derecho en Bucaramanga instauró una acción de tutela contra un compañero de estudios por haberlo eliminado de un grupo de la aplicación “Whatsapp”, alegando la violación del derecho a la no discriminación. Aunque esta acción, un disparate desde todo punto de vista, no debió ser siquiera admitida y finalmente fue denegada, no siempre sucede lo mismo con acciones de contenido similar. En otra oportunidad, una mujer utilizó la tutela para silenciar el altoparlante de una iglesia vecina y la acción prosperó.
Esta suerte de sainete jurídico es para mí el reflejo de una crisis profunda producto de varios factores, entre ellos uno que llama particularmente mi atención por su perversidad: la proliferación de lo que se conoce como “universidades de garaje”, muchas de ellas fortines electorales de políticos corruptos, que todos los años lanzan a la calle profesionales portadores de títulos cuasiespurios, pésimamente preparados y de un desconocimiento del derecho e inseguridad tales que se han convertido en los principales artífices de una justicia en muchos casos digna de una república de opereta.
A este despelote jurídico han contribuido también las altas esferas de la justicia, cuando, por ejemplo acomodan sentencias y pronunciamientos a la importancia del involucrado o a la conveniencia del momento de acuerdo al estado de ánimo de la opinión pública. Acaba de suceder con Antanas Mockus, al que le fue pasada por alto una candidatura ilegal al Senado.
Un desorden que viene de tiempo atrás y del que hay varios ejemplos, uno de ellos el que por vía jurisprudencial la Corte Constitucional haya modificado el inventario de los derechos fundamentales en la Constitución. A pesar de que están consagrados taxativamente, resolvió crear nuevos derechos fundamentales bajo el criterio de conexidad y con la excusa de proteger la dignidad humana, olvidando que no es precisamente la legitimada para tales menesteres.
Así las cosas, la tutela, que en principio era una forma de democratizar la justicia y de ponerla al alcance del ciudadano de a pie, ha llevado a que los despachos judiciales terminen congestionados por estupideces. Es decir, para el ciudadano terminó por ser un caramelo envenenado.
A este panorama verdaderamente patético, se le agrega el escabroso asunto de la injerencia de la clase política en los nombramientos de jueces y magistrados. Por cuenta de esta aberración que le debemos a los constituyentes de 1991, en las altas cortes los magistrados probos han terminado mezclados con siniestros delincuentes. La ciudadanía asiste impotente al decadente espectáculo de la corrupción rampante en la cumbre de la justicia, cada día en aumento, que ha puesto en escena los más espeluznantes casos de podredumbre moral, como el de la venta de fallos judiciales por miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Julio 15 de 2018
PARIAS
Por Andrés Rosales U.
Después de la resaca del mundial de fútbol cobran notoriedad varias noticias que estuvieron desatendidas durante un mes entero.
Una de ellas es la crisis en Nicaragua. Lo de Nicaragua es la misma historia de varias de las experiencias de izquierdas en latinoamérica en los últimos tiempos: un tirano queriendo perpetuarse en el poder y arruinando al país. Con montones de muertos que pone el pueblo, víctima del gobierno y sus cuerpos armados oficiales y extraoficiales. La promoción de dialogo nacional y otra serie de argucias para distraer a la opinión y al pueblo. La misma novela que viene sucediendo en Venezuela desde hace años.
La triste historia de la izquierda latinoamericana en el poder es la de arruinar países y convertirlos en parias.
Ya Fidel Castro dejó un legado en Cuba elaborado por 50 años: una isla muerta de hambre, un pueblo reprimido y oprimido. 50 años, más 10 de le era postfidel, de atraso, para terminar ahora reformando la constitución introduciéndole cambios sustanciales. Este mero formalismo, que es otro capítulo de una farsa rutinaria, esta vez arroja una novedad: reconocer el papel del mercado y la propiedad privada, con la excusa de ponerse a tono con los tiempos. Como quien dice, 60 años de discurso contra el capitalismo, para terminan desdiciéndose después de arruinar física y moralmente un país. Es decir, 60 años perdidos.
En Venezuela, con un régimen tiránico perpetuándose en el poder, la historia de Cuba se repitió con algunas variantes, pero con resultados más devastadores. En veinte años, la destrucción de la izquierda en ese país ha superado con creces los 60 años de desmanes del régimen castrista en Cuba, lo cual es mucho decir. Puede obedecer este ritmo vertiginoso a que definitivamente el nivel intelectual y el estilo de los gobernantes en uno y otro país son diferentes. Los Castro, provenientes de una familia acomodada y formados en la universidad, rodeados de un entorno a veces de similares características, frente a Chavez y Maduro, ambos de extracción popular y con una formación intelectual bastante precaria, ejercen el poder burdamente y henchidos de un resentimiento acumulado por años.
Bolivia viene por el mismo camino, con un gobernante que cada cierto tiempo se inventa una excusa diferente para no entregar el poder. Allí sigue orondo desde hace 12 años, sin la menor intención de ceder.
En Ecuador iba sucediendo lo mismo. El envalentonado Rafael Correa, con 10 años en el poder, ya hacía planes para quedarse un buen tiempo más, pero no pudo. Cedió, pero dejando a un sucesor que en principio continuaría con sus políticas, pero que finalmente lo traincionó.
Méjico acaba de dar un salto al vacío al elegir al izquierdista López Obrador. Sin embargo, parece improbable que allí se repita un historia como la de Venezuela, por varios factores, el principal de ellos, su vecindad con los Estados Unidos.
Colombia hasta ahora se ha salvado de la desgracia de un gobierno de izquierda, pero una amenaza cierta empieza a cernirse sobre ella. Esa amenaza se llama Gustavo Petro, que hasta hace poco aparecía como un riesgo remoto, hasta que en la última elección presidencial obtuvo más de ocho millones de votos, algo impensable hasta hace relativamente poco.
En el país el caldo de cultivo de la izquierda petrista es la crisis institucional provocada por la clase política, incluida la de izquierda que a pesar de ser tan corrupta como los políticos liberales y conservadores camuflados ahora en un sinnúmero de facciones de diversas denominaciones, de forma hábil ha sabido lavarse la cara ante la opinión para figurar como una alternativa a la corrupción rampante.
Adicionalmente, el buen ambiente para la izquierda ha mejorado inusitadamente gracias al gobierno Santos, que terminó entregándose a un puñado de vejestorios desesperados en el monte, cansados y enfermos, dispuestos a arrancarle la mano al presidente que les ofreciera cualquier cosa a cambio de dejar las armas. Sin embargo, la vanidad de Santos le ganó al cansancio de los viejos, que lo pusieron de rodillas suplicándoles que firmaran la paz.
Julio 22 de 2018